TODO EN ORDEN

LA OSCURA CLARIDAD DE UN ATARDECER DESCONCERTANTE

Poco, quizá nada, sabemos de aquellos momentos que fraguan la memoria de nuestra infancia (escurridiza) y que de alguna forma —por voces y testimonios de otros— determinan la personalidad, el comportamiento individual y social, e incluso la fisonomía, particularmente con respecto a la familia nuclear; de esta forma funcionan los relatos fundacionales de los padres, los abuelos, las tías... Pero invariablemente hay una zona oscura, una especie de recuerdo que quiere brotar pero se mantiene latente, voluntaria o involuntariamente. Para restituir ese vacío parcial de imagen en el que se halla esa zona de la memoria (para rozarla y aproximarse a ella) diferentes fotógrafxs han trabajado, entre otros, con dos recursos; por principio, los álbumes familiares que son, precisamente, un material histórico de confrontación y reacomodo presente entre el testimonio oral y el llamado índice de realidad, en este caso, de una realidad pasada y hasta cierto punto desconcertante. Y en segundo lugar, con lo que convencionalmente en géneros fotográficos se ha denominado “fotografía construida” y que alude, como su nombre lo indica, a la cuidadosa fabricación de una escena en donde idealmente ningún elemento se encuentra fuera de control de la mirada y la ejecución del fotógrafo.

El proyecto Todo en orden de MARÍA JOSÉ SESMA hilvana con perspicacia uno y otro recurso, mostrando así que la memoria de la infancia es un espacio de tensión antes que de fácil reconstrucción, pues ella es un contenedor de afectos que difícilmente pueden ser fabricados y manipulados de modo directo por la fotografía. Este rasgo es, quizá, uno de los sellos distintivos de este proyecto que lo diferencia de otros de corte autobiográfico que recurren a la primera persona, y a la reconstrucción de escenas, para narrar un sufrimiento o una escena tormentosa de la infancia. Aunque el género invariablemente es autobiográfico, aquí la primera persona se desdobla en su propia historia de familia para observar, con distancia y extrañamiento, un mundo de adultos en donde el orden trató de sobreponerse al caos, en donde la angustia —y quizá el dolor— fueron maquillados por la perfección y la cuidadosa ornamentación de la casa de una familia de clase alta de Torreón, Coahuila. Entre los interiores sombríos, los espacios domésticos, las escenas de reuniones familiares y la pose estilizada de sus modelos mujeres, la fotógrafa encontró un resquicio desde donde observar ese mundo pasado que la atormentaba desde una clave presente: la de una suerte de fotografía post evento. Se trata de la posibilidad, más que de reconstruir de modo fidedigno un recuerdo, de asistir a un “lugar de los hechos” para evaluar, entre la proximidad y la distancia, el grado de afección de un evento íntimo.

Iván Ruiz